Espiritualidad cristiana en tiempos de pandemia

Espiritualidad cristiana en tiempos de pandemia

10/05/2020 Doris Muñoz Reflexiones 0

En este tiempo de crisis múltiples, la pregunta por la espiritualidad es un intento por reflexionar sobre nuestra relación más profunda con nosotras mismas y con todo lo que nos rodea. Por esta razón, la vida nos está obligando a mirar aspectos que hemos olvidado o esquivado y, tal vez, muchas veces hemos negado explícitamente. Quisiera presentar 3 aspectos de la espiritualidad en este tiempo y lo haré a partir de los nudos críticos y las posibilidades y llamadas que nos llegan para animarnos en tiempos, además, de mucha incertidumbre.

1.Espiritualidad de la vida cotidiana
2.Espiritualidad comunitaria y social
3.Espiritualidad ecológica-cósmica

La vida cotidiana de las personas en Chile ha sido remecida en el último año (por el estallido social) y muy especialmente en los últimos meses por la crisis que desató la pandemia. Un dato importante es que en Chile la mayoría de las personas se declara cristiana y aun, mayoritariamente católica. Dato no menor cuando tenemos que hacernos cargo de lo que está sucediendo en el interior de nuestras casas con nuestros seres más cercanos y muchas veces -declaramos- los más amados, porque esta experiencia debería cuestionar nuestras creencias y espiritualidades.

Un diagnóstico que hicimos sobre la situación de las mujeres durante el encierro de la pandemia arrojó que los sentimientos, sensaciones, emociones permanentes de las mujeres era de miedo (a infectarse, no tener atención médica, morir…), incertidumbre (no saber hasta cuándo, perder el trabajo, no tener qué comer, qué va a pasar y cómo va a terminar todo esto), aislamiento (no poder estar, abrazar, contener, en fin, perder las redes de apoyo físico) y cansancio por la extensa e intensa jornada de trabajo. Según todos los estudios recientes (Ver Observatorio de género, Corporación Humanas, ONU mujeres y otros), las mujeres han estado cargando en sus hombros el peso de esta crisis. Si a esto sumamos la violencia de género que, según las denuncias hechas, en las primeras semanas aumentaron un 70%, la situación en que viven la mayoría de las mujeres ha retrocedido décadas respeto de sus derechos humanos. En los últimos meses, además, se ha sumado el grave aumento del abuso sexual y violación de niños y niñas. A esta grave situación debemos agregar el peso de la cesantía y la carencia de lo mínimo para sobrevivir: salud física y mental, alimentos básicos; y el aumento de trabajo adicional de cuidar enfermos y hacerse cargo de la educación de las y los hijos. Frente a esta situación surge la necesidad de:

1. Fortalecer una espiritualidad de la vida cotidiana centrada en:
Los cuerpos como lugar sagrado. Todo lo que acontece en nuestras vidas tiene un registro corporal, es desde ahí, que somos y existimos. Todo lo que describimos que sufrimos en esta pandemia, lo padecemos desde este lugar, el cuerpo.

Según la fe cristiana, “el cuerpo es el templo del espíritu santo”, (1Cor 6,19), cuestión fundamental, pero bastante poco desarrollada en nuestra espiritualidad, que más bien ha hecho del cuerpo una especie de freno que pone obstáculos a una espiritualidad integral y más bien la dificulta. Sin embargo, la experiencia sanadora y liberadora de Jesús acontece en y desde el cuerpo y no precisamente en los cuerpos “purificados” de aquellos que cumplían la ley, sino de los que estaban al margen de ella: los “impuros” cuerpos de endemoniados, apestosos, mujeres, y toda clase de cuerpos marginados. Son estos los prójimos que conflictúan la fe, especialmente el difícil mandamiento de amar a Dios en el prójimo. Es esto, a mí parecer lo que está en el centro del cuestionamiento de la fe de los millones de creyentes en Chile y AL. Mi prójimo es la persona que está padeciendo esta pandemia, encerrada como yo, pero tal vez mucho más cansada, agobiada y violentada. Desde esta perspectiva el abuso físico y sexual es un sacrilegio y por ello, necesitamos reubicar lo sagrado aquí y ahora en las personas más necesitadas y vulneradas: niños, mujeres, personas ancianas, enfermas y otros seres que son tratados con desprecio como migrantes, afrodescendientes ¿Por qué estos cuerpos pueden ser objeto de golpes, violación y muerte? ¿Por qué esta práctica no incomoda la conciencia cristiana?

Una fuente inagotable de espiritualidad está en los relatos evangélicos y la descubrimos siempre vinculada a una práctica, es Jesús que sana en la relación física de tocar cuerpos para traerlos a la vida, devolver la dignidad e incluir en la comunidad a las personas que han sido excluidas. De éstos hay muchos ejemplos en los relatos evangélicos. Por tanto, en estos tiempos, necesitamos centrar la espiritualidad en el respeto al otro ser humano como imagen de Dios y/o lo sagrado en una relación horizontal y de mutuo cuidado.

Centrada en compartir cotidianamente en la mesa y celebrar la vida con sencillez. Necesitamos recordar que la principal celebración cristiana es un banquete de pan y vino que acontece en una casa y alrededor de una mesa. Nuevamente esta situación de encierro nos hace volver a resignificar lo sagrado dentro de lo que se ha tenido por espacio profano (en la intimidad del dormitorio, la cocina, el patio) y, por ello, lugar en donde ocurren los mayores atropellos a la dignidad humana. Sin embargo, también es un espacio de profunda alegría y celebración por lo bueno que nos acontece. ¿Cómo resignificar este compartir cuando no se puede ir al templo y sólo hay comunidad virtual? ¿Podrá ser el espacio cotidiano tan importante y sagrado como el templo?

Fortalecer la espiritualidad en la iglesia doméstica. Ser comunidad con los de nuestra familia es, tal vez, una de las relaciones más difíciles de mantener. En nuestros grupos familiares nos conocemos los defectos y no podemos engañar a nadie. Ahí no se puede predicar sin practicar. Urge acá una práctica espiritual centrada en la equidad de género, es decir que sea capaz de ver las distintas necesidades, responsabilidades y las cargas de trabajo diferenciadas que hacen -por ejemplo- que algunas personas de la iglesia doméstica trabajen muchísimo más que otras. Ser justos es una exigencia cristiana básica que tenemos que aprender a practicar en nuestras casas. También necesitamos fortalecer una espiritualidad compasiva con las personas más débiles de nuestros grupos. Tal vez aplicar la imagen de la familia como cuerpo, en donde cada parte haga su tarea y todas y todos sientan que la vida se comparte en su totalidad. Acompañarnos y animarnos a seguir caminando juntos en un tiempo de crisis y quiebres. Sin embargo, en la mayoría de las casas de nuestro país ya sabemos que no es así ¿Qué podemos hacer para colaborar y detener la violencia y el abuso al interior de las casas? ¿Cómo, efectivamente, hacer de nuestras familias un espacio comunitario al estilo de las primeras comunidades que narran los Hechos de los apóstoles en las casas de algunas mujeres en donde se fortaleció el movimiento de Jesús?

La Espiritualidad de la vida cotidiana, en el encierro de la pandemia, nos llama a ser consecuentes con lo que soñamos y predicamos para otros. Sin duda, las personas que forman parte de este núcleo son lo más importante, especialmente si son débiles. Se nos ha hecho creer que lo importante es lo público, no lo privado. Siempre han contado más las reuniones y los cargos que se tienen fuera de la casa y más allá de la familia. Sin embargo, por los estudios de las mujeres feministas sabemos que lo privado es político y tan político que, si algo ha cambiado en el mundo, es por la transformación de este espacio privado. Por ejemplo, penalizar la violencia contra los niños, las mujeres, los ancianos. Ahora, se empieza a reconocer como un ‘trabajo’ el cuidado de personas necesitadas que, históricamente, han hecho las mujeres sin ser reconocido como tal y por ello sin remuneración, y que ha permanecido naturalizado e invisibilizado. En este sentido, la espiritualidad de la vida cotidiana nos hace preguntarnos a todos y todas qué tan comprometidos estamos los cristianos en el espacio doméstico. Lo más probable es que no haya cambio social si no transformamos las relaciones en este espacio, sea para comprometernos más, sea para poner límites si estamos siendo abusada/o.

2. Fortalecer una Espiritualidad comprometida con la transformación sociopolítica, económica y cultural, atenta y ocupada con lo que sucede en la calle.

En este contexto de ausencia y debilitamiento de lo social y comunitario, de crecimiento de los fundamentalismos distópicos, donde el acento está puesto en el caos, el miedo y el castigo, necesitamos fortalecer una esperanza que siga apostando por la vida comunitaria, los vecinos, el barrio, la comunidad que se organiza para resolver las necesidades básicas (comida, abrigo, salud). Hay muchos ejemplos de ollas comunes en los barrios (la comunidad del Buen Samaritano), grupos para acompañar a los enfermos y a las personas que están solas. Ahí se puede reconocer la comunidad que tiene como fundamento a Mateo 25, 31-46; “Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed y disteis de beber, era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme… Les aseguro que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo”.

Para fortalecer una espiritualidad comunitaria, es muy importante que seamos conscientes de que nuestra espiritualidad se ha enredado con los dioses del mercado, como lo planteaba el Papa Francisco en Evangelii Gaudium, y que también nos ha afectado la idolatría del dinero. Nosotros somos parte de esto, en la actualidad predomina la práctica del “emprendimiento” individual y cada vez menos solidario ¿Cómo fortalecer lo comunitario y pensar salidas colectivas a la crisis?

Una espiritualidad que dialogue y ponga atención a la demanda de los DDHH de todas, todos, todes hoy día muy amenazados y pasados a llevar. La espiritualidad cristiana, es básicamente una práctica espiritual que pone en el centro la vida de las personas que están en los márgenes, o que, definitivamente, han sido marginadas. Por ello, los grupos, colectivos y organizaciones que hoy demandan justicia y derechos, debieran ser nuestros aliados “naturales”. Pero no es así, ¿por qué? Muchas veces son estos grupos los que hacen lo que nosotros decimos. Me surge la pregunta del evangelio en la parábola de los dos hijos, en Mt 21, 28; ¿Cuál de los dos hermanos hizo la voluntad de Dios?

Para mucha gente ha sido difícil sobrevivir sin ir de compras a los grandes centros comerciales y les afecta el que se hayan cerrado, porque estos espacios han ocupado un lugar muy importante en la religión del consumo y la idolatría del capital, que junto con la ausencia de utopías colectivas han terminado ofreciendo una distracción a la profunda falta de sentido. Por otra parte, muchas personas constatamos que podemos vivir sin comprar cosas, a veces no urgentes o innecesarias y reciclando todo lo que tenemos en nuestras casas. Muy especialmente, nos ha obligado a mirarnos hacia dentro e intentar encontrar sentido a esta crisis en el encierro, intentando sostenernos en nuestra experiencia, como diría G. Gutiérrez: “beber de nuestro propio pozo”.

3. Espiritualidad ecológica.
Quedó claro con esta pandemia, que ha disminuido la contaminación (aunque aumentó considerablemente la basura proveniente de miles de mascarillas y otros insumos ocupados en el tratamiento de personas contagiadas) y han vuelto a circular animales en lugares habitados, ha disminuido la polución, la contaminación acústica, entre otros… Con esto, la tierra y los ecosistemas han tenido un breve respiro, pero esto es absolutamente insuficiente para frenar la crisis climática que amenaza la vida en el planeta. Este cambio no ha sido producto de un cambio de conducta ecológica, sino de una terrible crisis sanitaria.

Podemos ver y percibir una relación directa entre nuestra práctica cotidiana y el entorno ecológico en el que vivimos. Estamos en una crisis que nos urge a cambiar nuestras prácticas espirituales frente a la creación, la Madre Tierra “gime con dolores de parto”, junto a todos los seres vivientes, porque hemos olvidado que nosotros mismos somos tierra “Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos vivifica y restaura” (Cf LS n.2)

Esta crisis nos hace otro llamado urgente al cambio. Necesitamos ampliar nuestro horizonte de lo sagrado. Y superar el dualismo de vivir una espiritualidad desvinculada de la tierra, hemos puesto el acento en una espiritualidad meta histórica, meta física, como si lo que viviéramos en esta vida no importara, porque nuestro destino y salvación final está en el cielo.

Fortalecer una espiritualidad ecológica, una eco espiritualidad, significa volver nuevamente a lo cotidiano, a una vida austera, sencilla y ser conscientes de la dignidad de todo lo viviente para comprometernos con cambios concretos. Por ejemplo, reconocer nuestra huella de carbono en lo cotidiano, ¿qué consumo; dónde consumo; qué hago con mis desechos?

Esto, necesariamente implica pensar globalmente en el planeta, pero nuestra posibilidad real y concreta es actuar localmente (Redfod, R.), para reconstruir, reconvertir, reciclar nuestro entorno desde el cuerpo, la casa, el barrio, la ciudad y recuperar la dignidad de todo lo viviente. Somos cristianos, pero sobre todo somos habitantes de este planeta, la oikoumene, la casa común, sin la cual no hay posibilidad de vida. El evangelio de Jesús tiene hermosas metáforas que se han dejado de lado en nuestras lecturas antropocéntricas de la biblia y de todos nuestros saberes. Gracias a Dios aún están los pueblos originarios, los mayores defensores y defensoras del tejido de la vida (la tierra, las aguas, el aire, los bosques, los animales y todo lo viviente) y que nos recuerdan que todos estamos emparentados y nos necesitamos mutuamente.

En síntesis, necesitamos ampliar nuestro propio concepto de la espiritualidad que ha estado restringida a ciertos temas y espacios y poner atención en la integralidad de vida desde lo más cercano, el cuerpo personal invisibilizado y negado en muchas espiritualidades como lugar teológico; la casa reflejo de la iglesia doméstica, comunidad de creyentes ecuménicos, e interreligiosos, y la comunidad de la tierra. Todos estos lugares son fuente de espiritualidad. En este tiempo, el Espíritu nos acompaña a descubrir en ellos su presencia y energía.

Doris Muñoz Vallejos.
CEDM-Chile.

 

 

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