La Práctica Liberadora de Jesús

La Práctica Liberadora de Jesús

12/09/2020 Manuel Ossa Teología 0

Manuel Ossa B., en Pirque en tiempos de pandemia, diciembre 2020

I Parte: Del aldeano de Nazaret al bautizado por Juan
Vamos a hablar de un judío de Galilea que se llamaba Yeshuá, un nombre muy común en la época que significa Yavé salva. Para identificar a quien llevaba ese nombre se le agregaba una de dos precisiones: una relacionada con su origen familiar, bar Yosef o hijo de José; otra toponímica: ha-notsarí, oriundo de Nazaret. (Mc 10:47; Lc 3:23 y 4:22)

Jesús vivió en silencio toda una vida de niño, adolescente y adulto.
¿Qué pasó en esos años de silencio? ¿Cómo fue su vida de encierro? ¿Por qué no salió antes de su pueblo si tenía un mensaje tan importante que comunicar?

Estas preguntas no se pueden responder a partir de datos históricos directos. Entre quienes conocieron a Jesús, ninguno se las planteó. Pero los datos históricos y arqueológicos que tenemos de lo que era vivir en Galilea y en Nazareth en tiempos de Herodes el Grande (37 a.C. a 4 a.C.) y del tetrarca de Galilea Herodes Antipas (4 a.C. al 39 p.C.) nos permiten hacernos una idea de cómo el entorno galileo y pueblerino pudo reflejarse más tarde en el actuar y hablar de Jesús.

El poder romano – el imperio
El Imperio Romano de Octavio Augusto (29 a.C. a 14 d.C.) y de Tiberio (14-37 d.C.) se extendía por el norte desde España hasta los ríos Tigris y Éufrates al oriente, y desde allí hacia el sur hasta Egipto y el África del norte.
Palestina era parte de este Imperio desde el año 63 a.C. cuando Pompeyo tomó Jerusalén y anexó Judea y Galilea a la provincia romana de Siria. Antes los judíos habían gozado de una relativa independencia durante ochenta años desde la victoria de los Macabeos sobre los Seléucidas (167-160). El Imperio —basileia— los dominaba mediante reyes vasallos cuya fidelidad se probaba por el monto de los impuestos que lograban obtener y por el grado de crueldad con que reprimían cualquier intento de rebelión. Jesús tuvo noticia de este vasallaje como se lo ve en el dicho de Mt 10, 42-44: «Sabéis que entre los paganos, los que son tenidos por gobernantes tienen sometidos a los súbditos, y los poderosos imponen su autoridad.” Estas palabras pueden ser originales de Jesús, aunque los versículos siguientes las contextualizan en conflictos que deben haber surgido posteriormente en las comunidades cristianas(1) .

El dominio romano incluía la religión. Así lo entendió Herodes el Grande quien hizo esculpir un águila romana en el pórtico principal del templo por él construido al estilo helenístico. A la muerte de Herodes hubo varios levantamientos. Uno de sus esclavos, Simón, saqueó e incendió el palacio real. Un grupo de hombres capitaneado por un tal Judas se tomó la ciudad de Séforis, a unos cinco kilómetros de Nazaret. Dos legiones romanas y otros regimientos organizados por Quintilio Varo se dirigieron primero a Jerusalén y de allí Varo envió tropas a Galilea que se tomaron Séforis y la incendiaron. La rebelión fue sofocada y unos dos mil judíos fueron crucificados. Jesús tenía entre tres y cuatro años. Probablemente escuchó más tarde relatos de lo sucedido entonces.

Cuando Jesús de Nazaret tenía unos 24 años, Herodes Antipas —uno de los reyezuelos entre quienes Roma repartió el poder de Herodes el Grande (un tetrarca Herodes Antipas, y dos etnarcas: Arquelao y Filippo)— construyó la ciudad de Tiberíades a orillas del lago de Genesaret y la hizo capital de Galilea. El nombre de la ciudad es ya señal de vasallaje. Parece que Jesús nunca fue a Tiberíades. Fue Herodes Antipas el que hizo asesinar a Juan el Bautista.

Galilea, Nazaret y el largo silencio de Jesús
Galilea estaba dividida en tres regiones: la Alta Galilea en las montañas del norte, la Baja Galilea con el fértil valle de Yisreél y la región del lago Genesaret. Flavio Josefo describía a Galilea como un territorio fértil y bello a lo largo del lago de Genesaret.

En Galilea había unos 200 pueblos desperdigados en cerros y colinas, además de las ciudades de Séforis y Tiberíades y pueblos más grandes como Cafarnaún. La mayoría de los habitantes de los pueblos eran labradores, entre ellos algunos pequeños propietarios, otros jornaleros o temporeros de cosechas y vendimias. Jesús y sus hermanos pudieron ser ocasionalmente jornaleros en momentos de menor demanda de artesanos. En los evangelios encontramos huellas de estas actividades agrícolas: arriendo en Mc 12, 1-9; temporeros en Mt 20, 1-16.

Los habitantes de Galilea eran un tipo especial de judíos. Si Isaías la llama “Galilea de los gentiles”, es porque estuvo de hecho anexada a Asiria (733 a.C.) en tiempos del exilio de los judíos más adinerados de la región, cuando los campesinos más pobres se quedaron en sus tierras bajo dominación Asiria. Hablaban arameo con un acento característico. Era una población que se sentía parte del pueblo de Yahvé, pero sin estar subyugados bajo la tutela inmediata del templo y de su casta sacerdotal, ni depender tan estrictamente como en Judea de las interpretaciones de la ley que entregaban los escribas.

En las ciudades vivían las élites administrativas, —gobierno, recaudación de impuestos y fuerza militare— y los propietarios de latifundios, no pocas veces adquiridos mediante la explotación de pequeños propietarios incapaces de pagar sus impuestos o los altos alquileres, equivalentes a una media cosecha. La explotación a través de arriendos, impuestos romanos y locales, diezmos y tributos del templo traía consigo la marginación de muchos, la disgregación de la familia, la inseguridad, la dependencia de la voluntad patronal sin el contrapeso de la seguridad social, la mendicidad, la prostitución, el robo y la miseria de enfermedades de diverso tipo.
Más tarde Jesús criticará fuertemente este estado de cosas y defenderá a los indigentes, acogerá con especial preferencia a los postergados y condenará a los ricos. Durante sus años de trabajo en Nazaret Jesús observa este estado de cosas y va madurando una toma de posición suya, que iba a ser, como lo resume Pagola,

“un desafío público a aquel programa socio-político que impulsaba Antipas, favoreciendo los intereses de los más poderosos y hundiendo en la indigencia a los más débiles. La parábola del mendigo Lázaro y el rico que vive fastuosamente ignorando a quien muere de hambre a la puerta de su palacio (Lucas 16,19-31); el relato del terrateniente insensato que solo piensa en construir silos y almacenes para su grano (Lucas 12,16-21); la crítica severa a quienes atesoran riquezas sin pensar en los necesitados (Fuente Q (Lc 16/13 // Mateo 6/24; Lucas 12/33-34//Mt 6, 19.21); sus proclamas declarando felices a los indigentes, los hambrientos y los que lloran al perder sus tierras (Lc 6,20-21); las exhortaciones dirigidas a sus seguidores para compartir la vida de los más pobres de aquellas aldeas y caminar como ellos, sin oro, plata ni cobre, y sin túnica de repuesto ni sandalias (Mt 10,9-10); sus llamadas a ser compasivos con los que sufren y a perdonar las deudas (Lc 6, 36-38),y tantos otros dichos permiten captar todavía hoy cómo vivía Jesús el sufrimiento de aquel pueblo y con qué pasión buscaba un mundo nuevo, más justo y más fraterno, donde Dios pudiera reinar como padre de todos”(2) .
A estos se agregan otros dichos y parábolas —como la que da cuenta de violencia entre arrendatarios y propietarios en Mc 12, 1-9; o quizás su propia experiencia de temporero de la vendimia en Mt 20, 1-16— que dan cuenta de cómo su anuncio y su compromiso por el “reino de Dios y su justicia” se origina en su propia experiencia de vida, compartida y seguramente reflexionada con otros, en sus largos años de trabajador y artesano en Nazaret.

Nazaret
El pueblo de Nazaret donde nació y vivió Jesús estaba situado en las laderas de un monte, alejado de las rutas comerciales y era tan pequeño que no aparece mencionado en ninguna de las crónicas de la época fuera de los evangelios.

Había olivos plantados en las partes rocosas y agrestes de la ladera, viñas de uva negra e higueras a la vera de los senderos en los faldeos, y cultivos de hortalizas y granos en las tierras de aluvión hacia la planicie. Había una fuente de agua dulce.

Las casas eran bajas, de paredes de adobe o piedra —no de mármol como en Séforis o Tiberíades— y techos de cañas con barro, sin ventanas — de ahí la necesidad de encender candela si algo se pierde, Lc 15:8-10 , con suelo de tierra apisonada, construidas de a tres o cuatro en torno a un patio donde se desarrollaban las actividades comunes del día, como la molienda de granos para la harina que las mujeres amasaban con levadura, Lc 13:18-21. Allí jugaban los niños, descansaban, compartían, charlabn y comían todos después del trabajo.
Entre doscientas y cuatrocientas personas podrían haber vivido en Nazaret. Entre ellas, la familia del artesano constructor José, casado con María, con cinco hijos hombres, de los que el mayor era Jesús. Sus hermanos son nombrados en Mc 6, 3: Jacobo, José(t), Judas y Simón y al menos dos hermanas, cuyos nombres como de menor importancia no quedaron registrados(3) . Ya los nombres bíblicos de los hijos indican que el padre José era un hombre piadoso y atento a la tradición del pueblo escogido. Es posible que él, además de enseñarles su oficio, haya introducido a sus hijos a la lectura en hebreo de las Escrituras.

Hasta los 8 o 10 años los hijos e hijas estaban totalmente al cuidado de la madre, María, bajo la supervisión del padre, a quien además le correspondía buscar o aprobar novio y esposo para las hijas.
El oficio de José era el de artesano multipropósito, tektôn, carpintero, cantero y enfierrador, capaz de trabajar en construcciones y en su taller. Es lo que enseñó al menos a su hijo mayor. Pero es probable que ambos hayan trabajado también en la reconstrucción de la incendiada ciudad de Séforis o en otros pueblos del vecindario, o como jornaleros agrícolas ocasionales, pues el corto número de pobladores de Nazaret no ofrecía tanto trabajo como para ocupar enteramente un taller como el suyo.

La decisión de dejar la familia
Cuando tenía unos treinta años, Jesús se separó de su familia. Debe haber sido una decisión difícil y largamente madurada. Es probable que su padre hubiera ya muerto y que él era quien estaba a cargo del taller de artesano constructor, si lo había, y de traer al menos parte del sustento familiar. ¿Lo conversó con sus hermanos y hermanas y con su madre? ¿Cómo es que los dejó solos?

“Abandonar la familia era muy grave. Significaba perder la vinculación con el grupo protector y con el pueblo. El individuo debía buscar otra «familia» o grupo. Por eso, dejar la familia de origen era una decisión extraña y arriesgada. Sin embargo llegó un día en que Jesús lo hizo. Al parecer, su familia e incluso su grupo familiar le quedaban pequeños. El buscaba una «familia» que abarcara a todos los hombres y mujeres dispuestos a hacer la voluntad de Dios. La ruptura con su familia marcó su vida de profeta itinerante”.

“Había dos aspectos, al menos, en estas familias que Jesús criticaría un día. En primer lugar, la autoridad patriarcal, que lo dominaba todo; la autoridad del padre era absoluta; todos le debían obediencia y lealtad. Él negociaba los matrimonios y decidía el destino de las hijas. Él organizaba el trabajo y definía los derechos y deberes. Todos le estaban sometidos. Jesús hablará más tarde de unas relaciones más fraternas donde el dominio sobre los demás ha de ser sustituido por el mutuo servicio. Una fuente atribuye a Jesús estas palabras: «No llaméis a nadie «padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo»”(4) .

Pero al dejar su familia y su pueblo, Jesús parece no haber tenido del todo claro lo que iba a hacer. Había oído hablar de un profeta en Judea que denunciaba la opresión de los ricos y los escándalos criminales de Herodes y anunciaba tiempos de juicio y castigo y la venida de un mesías —ungido— que iba a volver a Israel al buen camino de la alianza y a liberarlo de la dominación romana y de las injusticias. Eran temas con los que Jesús tenía afinidad y de los que quería saber más.

El bautismo de Juan
Sin tener todavía claro lo que iba a hacer, Jesús salió de Galilea y se dirigió a las orillas del Jordán donde predicaba y bautizaba Juan, probablemente para evaluar su propia postura frente al mensaje del profeta. Ciertamente que el anuncio del reinado de Dios y las denuncias de las injusticias cometidas al amparo de un cumplimiento literal pero externo de la ley fueron temas en los que Jesús encontró resonancias profundas con Juan. Por eso tomó la decisión de ponerse en la fila de quienes se hacían bautizar, con la intención de entregar su vida al anuncio del reino de Dios.

No todos los evangelistas cuentan igual el encuentro de Juan con Jesús. No podían ignorar ese encuentro, pero lo cuentan recortándolo o pasando rápido por un punto para ellos conflictivo y rozando apenas la gravedad del asunto: el bautismo de Jesús por mano de Juan ¿no mostraba a las claras que Jesús se sentía como un hombre cualquiera, un pecador que debía convertirse? ¿No reconocía Jesús a Juan como superior a él? En efecto, el único que entrega un relato completo es Marcos, el que primero recopiló los recuerdos que se contaban de Jesús hacia el año 70 y es, entre los cuatro evangelistas, el que menos trabas tiene para dar cuenta de los límites humanos de Jesús, como sus ignorancias o los conflictos con su familia. Ver su relato en Mc 1:9-11.

El que más dificultades tiene para aceptar la humanidad de Jesús es el evangelista Juan, quien escribe por el año 100, cuando la piedad de los conversos de la gentilidad comienza un proceso de deificación de Jesús que le asigna atributos copiados de las divinidades griegas. Juan ignora que Juan hubiera bautizado a Jesús (ver Juan 1:19-51), porque era un bautismo para “pecadores”, es decir, para personas comunes, lo que no cuadraba con alguien a quien él había identificado con el Verbo de Dios.

Mateo agrega al relato una discusión entre Jesús y Juan, en la que queda claro que es Jesús quien tiene la última palabra, es decir alguien que es “más grande” que Juan; ver Mt 3:13-17.

Lucas pasa rápido sobre los detalles del bautismo para destacar el punto que le importa: que Dios declara a Jesús su hijo amado, Lc 3:21-22, aunque la palabra “hijo” no significa aquí lo mismo que va a significar para los griegos del siglo IV (Concilio de Nicea), sino lo que los judíos entienden cuando leen sus salmos: el pueblo de Israel o una persona elegida especialmente por Dios para ejecutar sus designios.

La conversión de Jesús o su mudanza de artesano a predicador ambulante parece haber tenido su inicio en una experiencia o iluminación interior que lo marcó para el resto de su vida. Sintió y vio con los ojos del espíritu que Dios era su padre verdadero en quien podía confiarse enteramente, porque se supo amado por él sin condiciones.
Los tres evangelios sinópticos cuentan esta experiencia interior en forma pintoresca y figurada que nosotros hoy llamamos mitológica. Los mitos son una forma de lenguaje insustituible cuando se quieren expresar ciertas profundidades humanas en términos que den cuenta de la emoción con que se las experimenta. Los evangelios contienen muchos relatos míticos que no deben interpretarse como históricos o verificables por las ciencias, sino como símbolos que apuntan a una realidad más profunda y casi indecible que se trata de descubrir mediante la interpretación de cada relato, como lo hacemos aquí para esta “visión” en el Jordán.

La experiencia interior que los sinópticos cuentan en forma mitológica fue probablemente el comienzo de una relación de intimidad con Dios que orientaría todo su comportamiento en adelante. A esa intimidad volvería todas las veces que, como cuentan los evangelios, se retiraba de noche o muy temprano a orar en soledad (Mc 1, 35).
Ese estar vuelto hacia su padre Dios fue lo que lo hizo volverse a sus hermanos y ser un hombre para los demás, como él mismo lo describió en la última de sus comidas, al identificarse simbólicamente con el pan y el vino a disposición de todos. A semejanza del pan y del vino, su cuerpo y su vida entera —sangre era vida— estaban allí al servicio de todos, para hacerles sentir la cercanía del padre que había transformado su ser y podía transformar el ser de muchos, humanizándolos, es decir, liberándolos de su encierro en sí mismos y participando en el amor divino que todo lo envuelve.

Después de su iluminación en el Jordán, “el espíritu lo empuja al desierto” (Mc 1, 12.). De allí vuelve a las calles y los pueblos de Galilea anunciando que “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca” (Mc 2, 14-15).
Había experimentado en sí mismo la llegada del reino de Dios y comenzó a anunciarlo con palabras y hechos. Su preocupación central será en adelante que ese reino se vuelva realidad en las relaciones humanas.

II Parte: Profeta itinerante del reino de Dios

El movimiento de Jesús(5)
“Jesús se fue caminando de pueblo en pueblo y de aldea en aldea proclamando y anunciando la buena noticia del reino de Dios” Lc 8,1.

Jesús atraía multitudes. Pueblo por donde pasaba, la gente se reunía a escucharle hablar del reino de Dios y a traerle sus enfermos para que los curara.

Seguidores, discípulos, apóstoles o enviados y los Doce
En el anuncio del reino de Dios estaba implícito el anhelo de Jesús de que todo el pueblo fuera liberado de su servidumbre al Imperio Romano y volviera a ser el pueblo elegido que inaugurara el reino de Dios. Por eso quiso multiplicar su acción enviando a algunos de sus seguidores a los pueblos donde él no alcanzaba a llegar.
Así fue ya desde el comienzo de su actividad itinerante, como Jesús tuvo un grupo de seguidores y seguidoras que, invitados o llamados por él, lo acompañaban a todas partes. “Jesús no fundó primariamente comunidades locales, sino que dio a la luz un movimiento de carismáticos vagabundos. Las figuras decisivas del cristianismo primitivo fueron apóstoles, profetas y discípulos ambulantes que se movían de sitio en sitio, donde encontraban apoyo en pequeños grupos de simpatizantes. Estos grupos de simpatizantes siguieron, como organización, en el seno del Judaísmo.”(6)

Los evangelios hablan del envío de 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20). Es el origen del movimiento social y religioso del cual se originó luego el cristianismo en sus diferentes formas. “El movimiento de Jesús es … un movimiento intrajudío de renovación, promovido en territorio sirio-palestino entre los años 30 y 70 d. C”(7)

Esos discípulos —‘enviados’ o ‘apóstoles’— replicaban lo que habían visto hacer a Jesús: proclamar la llegada del reino de Dios e inaugurar nuevas relaciones caracterizadas por la compasión y la inclusión de los desfavorecidos, las mujeres, los pobres, los últimos, los marginados, los enfermos, los pecadores, las prostitutas. Esta nueva forma de relacionarse —inclusiva y sin discriminaciones— era una prefiguración del reino de Dios o de una sociedad de iguales, donde todos cuidaran de todos como de sí mismos, donde se condonaran las deudas, se ofreciera amor en vez de odio al enemigo, donde la reconciliación entre hermanos tuviera más importancia que los ritos religiosos y donde no hubiera señores dominantes, sino que los puestos de guías y acompañantes fueran de servicio real (Mc 10, 45; Mt 20,26//Lc 22,26).

• Otros había que, sin seguirlo a todas partes, hacían amistad con él y le ofrecían alojamiento y comida, a él y a los itinerantes mientras se quedaban en el pueblo(8) . Este es el grupo de la nueva familia de Jesús (Mc 3, 35), los que hacen la voluntad del Padre.
• Su sueño de que el reino de Dios pudiera ser el nuevo Israel se vislumbra a través de la elección de “los doce” que replican simbólicamente las doce tribus de Israel. Sobre ellos anota Pagola:

“Ni Jesús ni los demás seguidores los llamaron nunca «apóstoles». La investigación moderna ha logrado clarificar bastante la confusión existente entre los mismos evangelistas en el uso de diferentes términos. «Discípulos» son todos los varones y mujeres que siguen a Jesús en su vida itinerante. Los «Doce» forman un grupo especial dentro del conjunto de discípulos. En cambio, los «apóstoles» o «enviados» son un grupo concreto de misioneros cristianos (más de doce) que eran enviados por las comunidades cristianas a difundir la fe en Jesucristo (Rengstorf, Dupont, Rigaux, Meier)”(9) .

Lo que es el reino de Dios
Muy distinto a como se lo imaginaban Juan Bautista y muchos en Israel, el reino de Dios venía según Jesús como la más pequeña de todas las semillas (Mt 13, 33), en forma invisible (Lucas 17:20ss), porque sus avanzadas consisten en acontecimientos sencillos y sin lustre de la vida diaria como dar de comer al hambriento. Si como él cada uno de los seguidores de Jesús se compadece del caído o del desigual y lo alza a la igualdad, como el Samaritano, establece en torno a sí una avanzada del reino de iguales que Jesús iba realizando cuando devolvía a la comunidad humana a los apartados “legalmente” por ser leprosos, ciegos, mudos o posesos Por eso el “dedo de Dios” se daba a conocer en ellos con todo su poder de “expulsar demonios” (Lc 11,20) de desigualdad de todas las regiones del quehacer inhumano, como el de las batallas financieras y comerciales donde se aplasta la vida de los que siempre pierden, los más pobres.

La compasión del samaritano es una imagen de lo que es el prójimo en el reino de Dios. El samaritano personifica la compasión de Jesús que se vuelve al herido volviéndose hacia Dios en el herido y encontrándolo a él en éste, no como ley de afuera, sino compadecido (esplanjnize) desde las entrañas.

Jesús es original en su forma de anunciar la llegada del reino de Dios. Los profetas hablaban de intervenciones potentes de Dios para liberar o salvar a su pueblo. Pero nunca de la llegada de su reino. Jesús lo hace en las circunstancias políticas particulares que vivía un pueblo ocupado por el Imperio Romano. La palabra “imperio” traduce el vocablo griego basileia y el arameo malkut. Todas las veces que Jesús utiliza esa palabra que ahora traducimos como “reino”, estaba de hecho provocando el que entre sus oyentes se produjera una asociación mental peligrosamente política: que el imperio de Dios pudiera un día reemplazar con poder al Imperio Romano que no dejaba respirar ni vivir en paz al pueblo en la tierra que Dios les había dado. Al hablar, pues, del reino de Dios nombrándolo con la misma palabra que designaba en arameo o griego al imperio romano, Jesús estaba

incluyendo dos momentos:
• uno, el del final de los tiempos que sería también el fin de todo imperio humano y el comienzo del de Dios con los hombres;
• el otro, el del tiempo presente en que el reino de Dios coincidía cronológicamente con el reino opuesto —identificado míticamente con el diablo y políticamente con Roma— que ejercía violencia contra el de Dios al producir y fomentar segregación entre ricos y pobres, propietarios y jornaleros abusados, recaudadores de impuestos y labradores esquilmados, enfermos y sanos, videntes y ciegos, limpios y leprosos, pecadores y cumplidores de la ley, hombres puros y mujeres impuras.

1 El banquete del reino futuro
Jesús describe el reino final de Dios como un banquete en que se bebe celebrando la vida (Mc 14,25). En la cena que tanto deseaba tener con sus discípulos y discípulas, les dice: “En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta ese día en que lo beba nuevo en el reino de Dios”.

Jesús siente que su misión está llegando a su fin con un fracaso ineludible: su muerte cercana. Pero no se consuela con ninguna otra consideración acerca de por qué muere —como lo harán sus seguidores. Sólo piensa y confía con fe ciega que un día Dios dará un banquete inaugurando su reino. En ese banquete él participará también como invitado bebiendo un vino nuevo. La sobriedad de este solemne mensaje de Jesús impresiona por la soledad íntima que en él se trasluce, una soledad que comparte con sus seguidores pero que éstos no le pueden aliviar. En esta soledad se vuelve a su padre Dios. El reino de Dios ha comenzado en la tierra, pero sólo estará completado cuando él lo inaugure más allá del tiempo y del esfuerzo humano. Entonces habrá una alegría embriagadora, como la de un banquete sin cuitas y con un vino nuevo.

En la oración que él nos enseñó, la que parte de su propia intimidad (Mt 6,10//Lc 11.2)(10) , Jesús se refiere a la venida futura del reino de Dios. Que su reino venga es objeto de la segunda petición que se refiere, como la primera, a las cosas de Dios Padre. Es la expresión de un deseo para el futuro cuya formulación en términos de “reino por venir” no aparece en el AT ni en el judaísmo antiguo y se encuentra sólo en éste y otros dichos de Jesús(11) . Es cierto que el objeto de la segunda petición —la santificación del nombre de Dios— está vinculado a un acontecimiento escatológico de purificación y reunificación del pueblo dispersado por el exilio (Ezequiel 36,16-38; 38,18-23)(12) . Este acontecimiento que se espera para un futuro del fin de los tiempos no es producto de acciones humanas, sino sobrevendrá sólo por la acción salvadora de Dios.

Hay un contraste entre la figura imponente de un reino futuro, por un lado, y la figura tan amorosa del padre insinuada en el vocativo arameo abba propio del lenguaje de un niño que se dirige a su papá. Es que la escatología ha comenzado ya en la sencilla comunicación nuestra con nuestro padre en torno a realidades tan cercanas y esenciales como el pan de cada día que pedimos para el de hoy y como la condonación de deudas angustiantes —un perdonazo que, de realizarse, inauguraría una nueva sociedad.

2. Reino de Dios ya presente
Es el anuncio gozoso con que según Marcos Jesús da comienzo a su ministerio: “El reino de Dios se ha acercado” (Mc 1,15).

La pregunta de Juan el Bautista —“¿eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?” (Mt 11,3//Lc 7,19) sugiere que la forma compasiva y bondadosa de actuar de Jesús cuestionaba la figura anunciada por Juan Bautista de un mesías-juez castigador que “quema con fuego la paja que no se apaga” (Mt 3,12)(13) . Es posible que la pregunta de Juan denotara inseguridad. La respuesta de Jesús —aunque no hable explícitamente del reino— da a entender que su itinerancia a través de Galilea curando enfermos, proclamando la libertad de los cautivos y anunciando la buena noticia a los pobres indica que el reino de Dios actúa ya en el presente en el sentido expresado ya por Isaías 61,1ss. de una reunificación y restauración comunitaria del pueblo.

El siguiente dicho de Jesús confirma que para él el tiempo de Juan pertenece al pasado y que en el presente está llegando otro tiempo, el del reino de Dios: “Entre los hijos de mujer no ha nacido ninguno más grande que Juan; pero el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él” (Mt 11,11)

Hay otra palabra extraña de Jesús que describe la presencia actual del reino de Dios como opuesta a la ausencia de tal reino en la época anterior a Juan. Está en Lc 16,16:
l6a “La ley y los profetas [¿duraron?] hasta Juan”.

16b “Desde entonces, el reino de Dios sufre violencia, y los violentos lo saquean.”
“Aunque el logion adolece de oscuridad y ambigüedad, parece indicar que, a ojos de Jesús, la figura de Juan Bautista era axial (por su importante función de bisagra, no de centro) en un cambio trascendental en la historia de Israel. Antes de él, la ley y los profetas estaban tranquilamente en su sitio como la suma y guía de la vida religiosa de ese pueblo. Después de él la realidad nueva y determinante es el reino de Dios, que sufre violencia por parte de los que se oponen a él.”(14)

Otros dichos de Jesús confirman que, junto con la persuasión compartida con sus contemporáneos judíos de una intervención divina en los últimos tiempos para instalar el reino de Dios. Jesús sentía que algo de este reinado estaba llegando a través suyo. Y que ese algo era compartible y extensible como un regalo ofrecido a quien tuviese ojos para ver lo signos de su llegada y prontitud de espíritu para acogerlo como inspiración orientadora de la propia vida.

EL REINO ACONTECE EN EL AHORA DE JESÚS
El reino o imperio de Dios que Jesús anuncia como ya presente y actuante tiene varias manifestaciones. Una de ellas es la liberación de los enfermos llamados endemoniados. En efecto, uno de ellos, al ser interpelado por Jesús, se identifica como “Legión” (Mc 5,8,15//Lc 8,30), nombre que simboliza el poder del imperio sostenido por legiones castrenses, a su vez simbolizadas como demonios que ocupan las mentes, destruyen la vida y expulsan al pueblo hacia los márgenes de la locura.

En este contexto se entiende cabalmente un dicho que parece haber sido formulado casi textualmente por el mismo Jesús(15) : “Si yo expulso los demonios con el dedo [espíritu] de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado hasta vosotros” (Mt 12,28//Lc 11,20)

También el poder curador que ejerció indudablemente Jesús era a sus ojos una manifestación de la llegada del reino de Dios en el presente del pueblo. Pues ese reino, como lo explicaba Jesús, no era de tristeza sino de gozo, y los ciegos, paralíticos, leprosos y las hemorroísas que eran sanados participaban desde ahora en la alegría comunitaria a la que Jesús los devolvía y que ellos y ellas podían ahora festejar con su vista recobrada, sus piernas fortalecidas, su piel hermoseada y su sexo enaltecido.

Observando esta reconstrucción de relaciones sociales Jesús podía bien decir: “El reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17,20-21)

Desde esta visión englobante y unificadora de un reino de Dios que libera a los seres humanos de las propias servidumbres y de las que nos infligimos los unos a los otros, se pueden interpretar otros dichos y hechos de Jesús recopilados en los evangelios.

Alegría en el reino de Dios que está llegando en el presente
Muchas luces del reino se encienden en las comidas y fiestas vividas o evocadas por Jesús. El reino de Dios se hace presente cuando Jesús distribuye buen vino en la boda de Caná (Juan 2,6-10), o come con la familia de Marta en Betania y acoge a María que derrama perfume de nardo sobre sus pies (Juan 12,1-4). Una centella del reino brilla también en la poco cordial invitación a comer que le brinda Simón el fariseo, cuando acepta el cariño de una mujer mal vista en esa casa y la defiende (Lc 7,36-50). Sus discípulos lo reconocen en el partir del pan en el camino de Emaús (Lc 24,30-32) y en el gesto de cocinar unos pescados junto al lago (Juan 21,9). Su sencilla convivialidad de comensal, amigo y amante de la vida da a entender aspectos y matices festivos del reino de Dios que él siente llegando a un mundo de angustia y dolor. Por eso Jesús y sus discípulos no ayunan: están siempre de fiesta (Lc 5,39).

Sus enemigos lo tachaban de comilón y bebedor, contraponiéndolo a Juan el Bautista (Lc 7,33-34). En realidad, Jesús gozaba de la vida y de la convivialidad de comidas con gente como Levi, su discípulo, que lo invita a un “gran banquete” con otros amigos suyos publicanos como él (Lc 5,29). Los fariseos murmuraban porque comía con “pecadores”. Lo mismo sucede con Zaqueo: un rico, un recaudador, un sinvergüenza del fraude, quien de pronto se da una vuelta insospechada en favor de quienes antes había esquilmado (Lc 19,1-10). Jesús se hospeda feliz en la casa de este hombre, pues intuye que él puede y quiere liberarse de sus lazos de funcionario del Imperio para reintegrarse —cueste lo que costare— al pueblo de Abraham del que se había alejado. “La salvación ha llegado hoy a esta casa”. El reino de Dios se hace presente en el hoy de la decisión de Zaqueo. La comida y el hospedaje de Zaqueo trae el recuerdo del banquete que da un padre cuando su hijo perdido vuelve a casa (Lc.15,11ss). Ambos episodios, el de la parábola y el de Zaqueo, ¡bien valían una fiesta!
El anuncio del reino de Dios a los pobres

Esta alegría y goce de la vida del reino estaba prometida especialmente a los pobres. Así lo afirma la primera de las bienaventuranzas: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6,20)(16) . Es una promesa que había de cumplirse acabadamente al final de los tiempos —así lo creía y esperaba firmemente Jesús. Pero él esperaba también que desde ahora se fuera produciendo un cambio en las conciencias: “Se ha cumplido el tiempo y está llegando el reino-basiléia de Dios. Cambien de mente y crean” Mc 1,15). Y de hecho se estaban produciendo cambios a su paso entre quienes sufrían de diversas maneras el ostracismo de la pobreza: los endemoniados y los enfermos de toda índole a quienes, junto con la salud, les devolvía sus vínculos familiares y sociales. Para hacerlo, rompía con los usos y costumbres sancionados por las leyes vigentes de pureza e impureza. Con sus manos tocaba demostrativamente la piel de los leprosos (Mt 8,3), los ojos de los ciegos (Mt 9,29), los oídos de los sordos y la lengua de los mudos (Mc 7,33) y se dejaba tocar por la hemorroísa (Mt 9,20-22), saltándose todas las prohibiciones legales. Así oponía el cuidado mutuo al cumplimiento de la ley por la ley. Este comportamiento era potencialmente subversivo religiosa y políticamente, pues mostraba que el reino de Dios traía un cambio en la manera de relacionarse y exigía una nueva forma de sociedad.

Ciertamente que Jesús no tenía en su mente promover directamente un cambio político que en su mentalidad sólo le correspondía al poder de Dios. Este poder se orientaba sin duda a “fortalecer las manos débiles y afianzar las rodillas vacilantes” (Is 35,3) de un pueblo empobrecido. Jesús experimentaba ya ese poder actuando en sí mismo y en la fe de quienes él curaba. Cuando no encontraba esa fe, tampoco él podía realizar curaciones (Mc 6,5-6). En virtud de esa fe podía proclamar la “buena noticia del reino-basiléia” (Mt 9,35) y afirmar sin dudas que “estaba llegando” (Mc 1,15). De esa fe se seguirían comportamientos autónomos, como el que él sabía que podrá llevar a cabo el paralítico: “¡toma tu camilla y vete a tu casa!” (Mt 9,6-7). Así se iba robusteciendo la fe del pueblo pobre que acogía la fe de Jesús, y el reino de Dios se iba plasmando en nuevas formas de vinculaciones sociales inducidas por el movimiento de profetas itinerantes lanzado por Jesús.

Notas

(1) Según J.A. PAGOLA, Jesús – Aproximación histórica, p 18, nota 12
(2) Pagola, o.c. p. 30.
(3) Adelfós es la palabra griega que designa exclusivamente hermanos y hermanas (adelfai) carnales.
(4) Pagola, o.c. p. 44
(5) “Puede constatarse una continuidad en el terreno macro y microsociológico: dentro de la sociedad global judío-palestina no hubo ningún cambio fundamental entre la actividad de Jesús (ca. 25-30 d. C.) y el movimiento postpascual (ca. 30-70 d. C.)”, GERD THEISSEN, Sociología del movimiento de Jesús, p.11. nota 4, Sal Terrae, Santander.
(6) O.c. GERD THEISSEN, P.13-14
(7) “El movimiento de Jesús revistió la forma autónoma de judeo-cristianismo después del 70 d. C. Anteriormente había entrado en competencia con otros movimientos intrajudíos de renovación; luego, se impuso el Fariseísmo, y los cristianos eran excomulgados. El movimiento de Jesús es, por consiguiente, un movimiento intrajudío de renovación, promovido en territorio sirio-palestino entre los años 30 y 70 d. C., GERD THEISSEN, o.c. Sociología del movimiento de Jesús, p. 7.
(8) “Entre los carismáticos ambulantes y las comunidades locales regía una relación complementaria: los carismáticos ambulantes eran las autoridades espirituales decisivas en las comunidades locales; a su vez, las comunidades locales eran la base social y material imprescindible de los carismáticos ambulantes.” GERD THEISSEN, o.c. Sociología del movimiento de Jesús, p. 11
(9) PAGOLA, o.c. cap. 10, p. 274, nota 19
(10) Esta oración nos llega en dos tradiciones, la del Mateo y la de Lucas, cada una de las cuales agrega elementos provenientes de las comunidades de cristianos. Los exégetas han convenido en una reconstrucción del texto arameo que puede reflejar bastante de cerca el primitivo texto elaborado por Jesús: “Padre / santificado sea tu nombre / venga tu reino / nuestro pan de cada día dánoslo hoy / y perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores / y no nos lleves a la prueba”. Ver en JOHN P. MEIER, Un judío marginal, Ed. Verbo Divino, Estela (Navarra), 2001, T. II/I, p. 357.
(11) Cf. Meier, o.c., p. 358. Los otros dichos de Jesús, señalados por Meier, en que se menciona el reino futuro, son el de Mc 14,25 (beber vino en el reino de Dios) y Mt 8,11-12//Lc 13,28-29 (sentarse a la mesa con Abrahán en el reino.)
(12)Cf. Meier, o.c., p. 361.
(13) La hipótesis de la puesta en duda por parte de Juan de su propia imagen de mesías está también en MEIER, o.c., T II/1, p, 476
(14) La explicación es de MEIER, o.c., T. II/I, p. 479.
(15) Ver MEIER, o.c., § f) “La forma original aramea de Lc 11,20”. T. II/I, p. 501-502
(16) “Estas bienaventuranzas tienen como telón de fondo la imagen veterotestamentaria de Dios como el rey verdaderamente justo de la comunidad de la alianza, el rey que se ocupa de lo que frecuentemente han descuidado los reyes humanos de Israel: defender a las viudas y a huérfanos, garantizar los derechos de los oprimidos y, en general, hacer justicia (así, p. ej., Sal 146,5-10). No por casualidad, en la primera de las bienaventuranzas medulares figura como promesa el reino de Dios. Lo que los reyes humanos no han hecho ni, aparentemente, harán nunca en Israel, lo realizará Dios el último día. A propósito, ésta es la razón por la que no se debe establecer una oposición entre un sentido “puramente» socioeconómico y un sentido “puramente» religioso de “los pobres» de las bienaventuranzas; dadas las raíces veterotestamentarias en Profetas y Salmos, el primer sentido implica el segundo. De hecho, las bienaventuranzas medulares declaran una revolución; pero es una revolución que sólo Dios llevará a cabo cuando el mundo presente llegue a su término”. La cita es del o.c. de J.P. MEIER, T.II/I, p. 402.

Este escrito es el primero de dos que me han servido de base para dos charlas en dos jornadas de la Escuela de Formación de la IELCH el 14 y el 28 de noviembre de este año y que se encuentran en YouTube tv luterana.

 

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